miércoles, 24 de septiembre de 2008

Obsequio

Prologo

Las notas de la algarabía llegaban hasta el enorme y obscuro aposento que su padre les hubiera destinado a la pareja. Sus dedos se movían graciosamente sobre un instrumento que no estaba allí. En silencio, sentada en la orilla de la vasta cama, trataba de distinguir las melodías que casi afónicas llegaban a sus oídos, opacadas por los murmullos y vitoreas de celebración, por aquella ocasión tan especial. Más que la unión de dos personas, la Unión de dos familias en constante conflicto y por supuesto el final de la guerra que se celebraba junto a esa boda.

El inconfundible sonido de pasos, reencendió los nervios que su “pequeña actividad” había logrado apaciguar. Incapaz de esperar sentada en el lecho, se coloco de pie sin hacer movimiento alguno con la excepción de la agitación de su pecho al respirar.

La puerta se abrió dejando entrar un simple resplandor que dibujo su silueta debajo del vaporoso camisón que la cubría, pero no fue más de un segundo, tan rápido como se fue la oscuridad retorno a la habitación. Miro al hombre que entro arrastrado por la luz y cuyos pasos eran culpables de su exaltación. Inusualmente alto y de talle robusto, ataviado como la celebración lo ameritaba, llevaba aun puesto el ropaje de gala e incluso la capa de satín negro colgaba de sus hombros, completamente opuesto a ella, que se había deshecho del vestido de bodas para esperar la llegada de su <>. Se sintió muy extraña y en exceso incomoda, pues ni las brumas de las tinieblas lograban ocultar los rasgos de aquel caballero de piel bronceada, el color azabache de sus cabello, sus labios y nariz de cincelado impecable y sobretodo sus ojos… sus ojos pintados entre el tono miel y el almendra, de irises perfectos que la miraban tan llenos de odio y rencor que hacia doler su alma.

-Mi-milord- hizo una reverencia, no como muestra de respeto sino más como una excusa para evitar su mirada-
La examino de cabeza a pies, avaluando lo que sus ojos le mostraban y adivinando lo que la oscuridad ocultaba. No había nada en ella –ni siquiera dando rienda suelta a su imaginación- que fuera extraordinario. Aun sabiendo su corta edad esperaba un poco más, algo que se acercara vagamente a lo que en un principio le fue destinado.

–Le recomiendo que se vista, Mi lady. No haremos nada que no pueda hacer con su ropa puesta-
Su repuesta le causo un respingo sin abandonar su posición, aquel comentario la habría herido en lo más profundo de su ser pero se negaba a ceder ante aquel hombre magnifico para ella. Mordió su labio lo más fuerte que pudo sin hacerlo sangrar y se negó a dejar caer alguna de las lágrimas que pendían de sus pestañas.

Los minutos pasaban y la figura de la joven seguía sin la mínima intención de moverse, sin duda pensó que su objetivo era acabar con su paciencia y lo estaba logrando. Se adelanto a la puerta de roble que conducía a la habitación contigua, no pensaba siquiera en pasar la noche a su lado, mucho menos en compartir el lecho preparado para ambos. Paso a su lado, a centímetros de la niña que hacía unos días le parecía tan adorable, sin sentir ni un ápice de piedad o remordimiento. No soportaba su presencia, el simple saber de su existencia le causaba repugnancia, como cualquiera de sus enemigos, cuya sangre corría por sus venas. A dos pasos que lo separaban de un aposento mucho más agradable, un susurro, una lamentación proveniente de esa criatura capto su atención.

-Satochi… Lo siento-

Pero sus oídos eran sordos por la rabia y su corazón lleno del orgullo herido, le impidieron mostrar cualquier clase de compasión por ella.